Apabullante el mundo se presentaba. Las sensaciones eran tentaciones hermosas. Un cumulo de ideas se agarraron a las pocas neuronas que habitaban su mente. Su cabeza despejada de cuero cabelludo pero no de dudas. Quiso experimentar en un momento dado la esencia de la vida sencilla. La tranquila orquestación de un tiempo en el pueblo. Su adorado arrabal. Quiso redescubrir hechos que vagaban por su cerebro como un viaje virtual. Sabiendo que su virtualidad era su propia vida y no la ensoñacion de un juego inventado exclusivamente para él. Irreal hasta el absurdo.
No pensaba en emociones o en aventuras fuertes. Quizás si las del corazón. Ver posibilitar la disposición de un tiempo para él como cuando era universitario y pasaba largas jornadas allí. Poder departir y compartir con los viejos conocidos, los antiguos amigos. Tener tiempo para más que un simple qué tal. Enraizarse con su pasado y rebuscar y ordenar en su casa las viejas coordenadas y reparar las viejas melodías depositadas en los anaqueles de la antigua casa. Repasar libros, viejos recortes de los periódicos y revistas del ayer. Ordenar todo lo acumulado en armarios con las etiquetas de cuándo disponga de tiempo. Disfrutar con los autores que alguna noche fueron de cabecera. Reordenación de espacio y alma. Desechar las cosas ya que carecen de uso y valor sentimental. Y quizás reciclarlas en alguien que las pueda necesitar como ropa, libros, vídeos etc. Revisitar los clásicos del cine y repasar la cultura que alguna vez mamo.
No podía dejar de lado su contacto con la naturaleza. Largos paseos por el campo. Carreras y tiradas largas por la dehesa. Preparándose en cuerpo y mente. Y su huerto. Retiro espiritual para meditar y contemplar el poso de las raíces.
Una genialidad de los tiempos. Su uso y disfrute. Y de aperitivo y postre compartir los momentos precisos con su amor. Su mujer acudiría a visitarle. No renunciaría a nada a pesar de pasar la mitad de los días en soledad.
Que hermoso premio. Muchas veces para ser feliz no hace falta un crucero ni millones en el banco. El tiempo y disfrutar de lo sencillo bastarían para obtener un mundo mejor.
No pensaba en emociones o en aventuras fuertes. Quizás si las del corazón. Ver posibilitar la disposición de un tiempo para él como cuando era universitario y pasaba largas jornadas allí. Poder departir y compartir con los viejos conocidos, los antiguos amigos. Tener tiempo para más que un simple qué tal. Enraizarse con su pasado y rebuscar y ordenar en su casa las viejas coordenadas y reparar las viejas melodías depositadas en los anaqueles de la antigua casa. Repasar libros, viejos recortes de los periódicos y revistas del ayer. Ordenar todo lo acumulado en armarios con las etiquetas de cuándo disponga de tiempo. Disfrutar con los autores que alguna noche fueron de cabecera. Reordenación de espacio y alma. Desechar las cosas ya que carecen de uso y valor sentimental. Y quizás reciclarlas en alguien que las pueda necesitar como ropa, libros, vídeos etc. Revisitar los clásicos del cine y repasar la cultura que alguna vez mamo.
No podía dejar de lado su contacto con la naturaleza. Largos paseos por el campo. Carreras y tiradas largas por la dehesa. Preparándose en cuerpo y mente. Y su huerto. Retiro espiritual para meditar y contemplar el poso de las raíces.
Una genialidad de los tiempos. Su uso y disfrute. Y de aperitivo y postre compartir los momentos precisos con su amor. Su mujer acudiría a visitarle. No renunciaría a nada a pesar de pasar la mitad de los días en soledad.
Que hermoso premio. Muchas veces para ser feliz no hace falta un crucero ni millones en el banco. El tiempo y disfrutar de lo sencillo bastarían para obtener un mundo mejor.
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