No hubo perdón y la canción de la condena estaba manchada en los pómulos de su rostro. Sin perdón para el tahúr. Su victoria fue reírse de todos con las argucias de la ignorancia. Un impostor con sonrisa ganadora. Un embaucador de sueños rotos. El hechizo de una palabra mágica en el momento oportuno. Es justo pensar en la grandeza de su astucia. Pero pudo ser empleada sin avaricia. El exceso rompió los moldes de lo autentico. Y en su huida se asomo la culpa y el miedo. La consecuencia primera la perdida del control. El raciocinio fallo y el rastro del listo no volvió a aparecer. Sobre poniente un cumulo de errores y en su letanía el epitafio de los hechos marcados sobre el as del perdedor. Y en la bruma de muerte su rastro se perdió. Cielo del sur su dirección como en una leyenda dijeron otros. Y ese aliento de bourbon y puros quemados es el único recuerdo de los pocos lugareños que le recuerdan.
Porque muchos de ellos perecieron condenados por la intercesión de una mala jugada que el destino les guardo en una pésima y perversa partida.
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