De su cabeza desesperada surgió el tormento más cruel. La culpa recayó sobre la sentencia de sus hombros. Y Dios dirá que su pecado fue la ignorancia.
Que locura poseyó su suerte que le despojo del sudor de su frente y se hizo hielo.
La muerte fue la ultima decisión. La tabla de salvación de su cruel existencia sometido al vértigo de una mujer arpía.
Salí del centro penitenciario y con la tristeza poblando los surcos de mi rostro volví a recordar su voz ausente y su mirada nublada. Como si tuviera niebla en el alma, lamente su desdicha aunque la ignorancia le infundio de culpa. Y es que no hay más ciego que el que no sabe ver. Me dijo.
- Igual tu lo viste. Te percataste. Pero hubiera dado igual. Te hubiera tomado por loco. Como te tratábamos y te hubiéramos apartado como hicimos casi siempre que alguien nos llevara la contraria. No respetábamos el que alguien tuviera su identidad propia que no fuera la del grupo. El vasallaje era el destino y la sumisión el camino. Y eso que hacíamos creer en la tolerancia y el dialogo. Sonrió sin apenas convicción.
No dije nada. Me Levante despacio. Le di un fuerte apretón de manos.
- Hasta pronto espero. Fueron las palabras que sirvieron de epitafio a mi visita.
Increíble trauma tres criaturas huérfanas en la inocencia de sus nombres. Imposibilitados por las razones y las pulsiones del ser humano. Anclados en la vanidad, en la avaricia y el poder de una reina de la materia.
Recuerdo mecerse el cinismo como un victorioso trofeo. Sin presagiar la muerte de su tragedia. Y nada era como fue.
La apariencia fingida de su presencia era delatada por unos pocos. Se conocieron en un golpe de infortunio. Preferí no recordar como porque el daño estaba hecho y solo unos pocos lo sabían. Mientras Manhattan se vaciaba de vida y el poder era una corruptela que incendiaba las conciencias.
Llamo la atención la excelente apostura que acostumbraba a disponer para cada ocasión. Así atraía y embelesaba. Mutilaba los malos pensamientos mientras embaucaba las emociones de los allegados de su esposo.
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