Del lúgubre escenario en el que nos movemos. De la realidad sostenida en el camposanto político y laboral del mapa de nuestro territorio. De los problemas universales abordados, ¡nada mejor que obviarlos por un fin de semana de algarabía y vivencia!
Dejar zanjadas las claves del desarraigo que tratan de imponer, instalándonos en cúpulas individuales, manteniéndonos como corderitos antes de ser degollados. Plausible presencia de un respiro, el fin de semana grande de las Fiestas del Rosario, de mi pueblo arrabalero de Las Huertas de Animas. Ha sido la mejor excusa para abandonar el lodazal real de esta España nuestra y perderse en un escenario de risas y encuentros. De la verdad gramatical y física del pasado en firma de raíz, en la apostura del hombre y su entorno.
Llena de gozo la celebración en si. Ver al personal con la mejor de sus sonrisas reafirmando la pertenencia a una localidad, la suya. Si de un pueblo sencillo se trata, la magnitud de sus fiestas engrandecen el ambiente dando colorido a los que asisten al magno evento. Cierto es que la vivencia es mayor si tienes relaciones con los lugareños, pero si el forastero llega, es aceptado al derroche de la alegría, a la aventura de las horas, de los encierros, las capeas y al baile de la verbena.
Quedan con la deuda pagada de proseguir con el oficio de la tradición: la elección y proclamación de damas y reinas; los concursos deportivos y culturales; el percutir de la algarabía de los niños entre gigantes y cabezudos; la sana constumbre del optimismo en boca de presentes, desafiando los malos tiempos para cargar las alforjas de una temporada nueva.
Con el sabor de la recogida de la aceituna llegan las fiestas a encandilar de ilusión y abrazos a los presentes. Mitigando la ausencia de los ausentes con su recuerdo sostenido en el sonido de un brindis con alegría. No hay mejor carga que el beneplácito de los presentes y la ilusión de los "hermanos" del festejo. Las comidas de "las peñas", el fluido continuo de los protagonistas del acontecimiento por las arterias de la localidad. La verdad evidente de los encuentros varados, por el tiempo y el ritmo de vida que vuelven a surcar el cauce del gesto del amigo.
¡Que viva la virgen del Rosario!, van gritando los niños desde pequeños y esa exaltación va contagiando la tierra huerteña para los años venideros.
Por ultimo, ensalzar el efecto contagioso del sentimiento en la fe del pueblo en su virgen y matrona. ¡Que viva la virgen del Rosario!, van gritando los niños desde pequeños y esa exaltación, aunque sea en festivo tiempo, va contagiando la tierra huerteña para los años venideros. Calando en las entrañas de una tierra permeable a la salud de los antepasados, a la sencillez de las tradiciones etnográficas, de la vigencia de la gente. Por eso, sigo conservando el sabor de mi tierra y de mi gente. De la amistad verdadera y de las generaciones intercaladas como una herencia secular que se trasmite de padres a hijos. Conservando la amistad de nuestros padres en el reflejo de nuestros hijos. Y así, plantar la mejor de las condiciones de futuro para la continuidad de unos valores que penetran desde infantes.
Posibilitando esta exaltación localista, sin ánimo de exclusión, para echarnos al morral la fuerza y la ilusión que necesitáremos. Ahora que, las calles guardan silencio y la noche va avanzando con vestido de invierno. Una vez disfrutado de la compañía de todos ustedes, no me queda más que repetir el 'leitmotive' de mis artículos: disfruten de la vida porque es el único motivo que nos favorece. Por supuesto, disfruten de mi ausencia hasta la semana que viene.
Kerouac97@
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